Un tanto frío me ha dejado este documental sobre la vida de David Lynch.
Los tres directores, Rick Barnes, Jon Nguyen y Oliva Neergaard-Holm han planteado un enfoque minimalista, casi de confesionario, donde el polifacético creador solo frente al micrófono y fumando compulsivamente un cigarrillo tras otro como si su vida dependiera de ello, relata sus recuerdos sobre su infancia, adolescencia y años de estudio, alternándolo con secuencias donde lo vemos trabajar en su estudio en lo que es su gran pasión, la pintura abstracta, junto con otras de corte más familiar donde juega con su hija.
No hay estudios sobre sus películas, reflexiones sobre su obra ni mucho menos un intento de desentrañar sus particulares métodos de creación y trabajo. Tampoco encontraremos referencias a otra de sus pasiones, la meditación trascendental y las filosofías orientales, tan solo hay una mirada limpia, casi en exceso, sobre esa primera época de su vida, salpicado con diversas anécdotas familiares, algunas intrascendentes, otras curiosas, unas pocas apasionantes, pero nada nuevo que no hubiera revelado en anteriores entrevistas.
Queda por tanto relegada esta obra para los más fieles seguidores del siempre desconcertante director (entre los cuales por supuesto me incluyo), siempre ansiosos por saber un poco más, lo que sea, sobre su vida, obra y milagros, hipnotizados por la cadencia de su particular voz, aunque a veces queden las anécdotas a medio contar o vuelva una y otra vez a las mismas historias. Todo se le puede perdonar a quien tan buenos (y tan malos) ratos nos ha hecho pasar con su cine, sus series, su música y su arte.
Absolutamente todo, incluso este curioso e irregular documental.
Por Antonio Amaro.