Un náufrago del que nada sabemos aparece en una isla desierta. Sus intentos de escapar a través de una pequeña balsa son fallidos por los ataques de una enorme tortuga roja, pero la misteriosa aparición de una mujer hará replantearse su decisión y ambos decidirán vivir en esa solitaria isla.
Este es casi todo el argumento de “La tortuga roja”, película que desde hacía tiempo ansiaba ver y que venía precedida de las más altas expectativas: es el primer largometraje de animación producida por el estudio Ghibli que no cuenta con un director nacido en Japón, el holandés Michael Dudok de Wit (ganador de un Oscar por el emotivo cortometraje “Padre e hija”); la crítica especializada la ha elevado a los altares de las más grandes obras maestras, y las habituales reseñas que abundan en Internet se han pronunciado (casi) unánimemente de manera elogiosa.
Cuesta encontrar a alguien que no se haya rendido ante sus innegables virtudes, pero, por esas cosas que tiene la vida (recuerden mi disertación sobre el concepto de subjetividad que exponía en la reseña de “Equals”) reconozco que no me ha cautivado tanto como esperaba y deseaba.
No es una película fácil, es cierto, no hay conversaciones ni voz en off, la trama es sencilla y transcurre de manera pausada y el final de la película, del que luego hablaré, genera cierta confusión. Por contra tiene una magnifica animación al estilo europeo, las secuencias oníricas, sin duda lo mejor del film, son de gran originalidad y belleza, y la banda sonora es excepcional. Hay ciertos momentos de humor al puro estilo Ghibli y se respira ese amor por la naturaleza que es marca inequívoca del mítico estudio.
Respecto a la revelación que se da en el final de la película, llamadme raro, pero por las implicaciones que tiene después de repasar mentalmente ciertas escenas, a mi me ha parecido un tanto perturbadora. Está claro que en una isla hostil y solitaria cada uno busca el amor donde puede... pero creo que para todo hay un límite. O quizá yo lo he entendido mal y todo era una complicidad tierna y metafórica entre los dos interesados, a saber. Si así fuera pido perdón públicamente al director por haber malinterpretado de forma tan lamentable su película, aunque me queda el consuelo, después de haber leído casi todas las críticas que he encontrado de esta película en Internet, que al menos hay otra persona que ha sacado las mismas impresiones que yo. Es un alivio saber que no soy el único mal pensado de toda la red.
Bromas aparte y al margen de las escabrosas deducciones que hayan generado mi (lo reconozco) a veces un poco perversa imaginación, pocos días después de ver “La tortuga roja” y por una de esas extrañas casualidades que tiene la vida me he encontrado en youtube con la descatalogada “Las aventuras de Hols, el príncipe del sol” (1968) la primera película en la que participaron los dos grandes genios de la animación japonesa, Isao Takahata y Hayao Miyazaki, el primero como director, el segundo como diseñador de escenas.
Y aunque todas las comparaciones son odiosas, y más en este caso pues son dos películas dispares en época, estilo y recursos, he disfrutado como un niño viendo esta pequeña joya. A pesar de su corte claramente ingenuo e infantil, de que todavía en la animación japonesa pesaba mucho la influencia de Disney (exceso de sentimentalismo, humanización de los animales, cancioncita por aquí y por allá) y de que en las secuencias de acción por falta de presupuesto no pocas veces se recurren a los planos estáticos sin movimiento, ya está presente la magia de estos dos inmensos creadores (démosle su crédito también al guionista Kazuo Fukazawa) que ya nos deleitan con una entrañable historia y buen diseño de personajes, siendo especialmente remarcable el gran gigante de piedra, que vayan ustedes a saber sino fue influencia directa para los que años más tarde ideó Michael Ende en su excelente novela “La historia interminable”.
Como última curiosidad decir que esta película fue un inmenso fracaso en taquilla lo que supuso el despido fulminante de Takahata de los estudios Toei, gracias a lo cual, años más tarde y en compañía de su gran amigo Miyazaki, fundarían los estudios Ghibli. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...
Reconozco que a pesar de sus evidentes fallas y limitaciones he disfrutado más con “Las aventuras de Hols” que con la obra del director holandés, pero al margen de mis gustos personales considero honestamente que ambas son de obligado visionado y de necesaria referencia, la primera por ser la génesis de un estilo que se definiría y consolidaría en Japón en los años 90, la segunda por ser la herencia y, en cierto modo, culminación visual y artística de dicho estilo.
Por Antonio Amaro.
Este es casi todo el argumento de “La tortuga roja”, película que desde hacía tiempo ansiaba ver y que venía precedida de las más altas expectativas: es el primer largometraje de animación producida por el estudio Ghibli que no cuenta con un director nacido en Japón, el holandés Michael Dudok de Wit (ganador de un Oscar por el emotivo cortometraje “Padre e hija”); la crítica especializada la ha elevado a los altares de las más grandes obras maestras, y las habituales reseñas que abundan en Internet se han pronunciado (casi) unánimemente de manera elogiosa.
Cuesta encontrar a alguien que no se haya rendido ante sus innegables virtudes, pero, por esas cosas que tiene la vida (recuerden mi disertación sobre el concepto de subjetividad que exponía en la reseña de “Equals”) reconozco que no me ha cautivado tanto como esperaba y deseaba.
"Padre e hija"( Michael Dudok de Wit , 2000)
Sin embargo todo ello no han impedido que viera con cierto distanciamiento las pequeñas aventuras y desventuras que sufre el náufrago en su isla desierta, quizá en gran parte por la arriesgada decisión del director de que no se emita ni una sola palabra en toda la película. Esto contribuye a ensalzar el tono poético de la obra pero también hace comportarse al protagonista de una manera un tanto irreal y poco empática. Que no lance ni siquiera un solo exabrupto después de tanto contratiempo sufrido te hace dudar si estás viendo a un ser humano de verdad o solo una figura pintada en un papel. Algo realmente trágico cuando estás viendo una película de animación. Aplaudo la valentía del director, pero por desgracia “La tortuga roja” me ha dejado un regusto agridulce.
Bromas aparte y al margen de las escabrosas deducciones que hayan generado mi (lo reconozco) a veces un poco perversa imaginación, pocos días después de ver “La tortuga roja” y por una de esas extrañas casualidades que tiene la vida me he encontrado en youtube con la descatalogada “Las aventuras de Hols, el príncipe del sol” (1968) la primera película en la que participaron los dos grandes genios de la animación japonesa, Isao Takahata y Hayao Miyazaki, el primero como director, el segundo como diseñador de escenas.
Y aunque todas las comparaciones son odiosas, y más en este caso pues son dos películas dispares en época, estilo y recursos, he disfrutado como un niño viendo esta pequeña joya. A pesar de su corte claramente ingenuo e infantil, de que todavía en la animación japonesa pesaba mucho la influencia de Disney (exceso de sentimentalismo, humanización de los animales, cancioncita por aquí y por allá) y de que en las secuencias de acción por falta de presupuesto no pocas veces se recurren a los planos estáticos sin movimiento, ya está presente la magia de estos dos inmensos creadores (démosle su crédito también al guionista Kazuo Fukazawa) que ya nos deleitan con una entrañable historia y buen diseño de personajes, siendo especialmente remarcable el gran gigante de piedra, que vayan ustedes a saber sino fue influencia directa para los que años más tarde ideó Michael Ende en su excelente novela “La historia interminable”.
Como última curiosidad decir que esta película fue un inmenso fracaso en taquilla lo que supuso el despido fulminante de Takahata de los estudios Toei, gracias a lo cual, años más tarde y en compañía de su gran amigo Miyazaki, fundarían los estudios Ghibli. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...
Reconozco que a pesar de sus evidentes fallas y limitaciones he disfrutado más con “Las aventuras de Hols” que con la obra del director holandés, pero al margen de mis gustos personales considero honestamente que ambas son de obligado visionado y de necesaria referencia, la primera por ser la génesis de un estilo que se definiría y consolidaría en Japón en los años 90, la segunda por ser la herencia y, en cierto modo, culminación visual y artística de dicho estilo.
Por Antonio Amaro.