El 25 de diciembre, día del sol invictus, en el que la luz comienza a ganar su batalla a la oscuridad, ha muerto un cineasta, un poeta, un artista; ha muerto Eliseo Subiela, renovador del cine argentino, buscador de quimeras, inquebrantable soñador.
Gracias a su inimitable obra, especialmente sus primeras películas, Hombre mirando al sudeste (1986), Últimas imágenes del naufragio (1989), El lado oscuro del corazón (1992), No te mueras sin decirme a donde vas (1995), se ha creado un hueco ya inamovible en la breve historia del séptimo arte, consiguiendo, como los grandes genios, crear un estilo único y personal que hace plenamente reconocibles todas y cada una de sus creaciones.
Nada se le puede reprochar, nada, a quien ejerce su labor con valentía, sinceridad, honradez y sacrificio, a quien antepone el arte por encima de todo y no se vende a corrientes, modas imperantes o prejuicios cercenadores. Eliseo Subiela es uno de los escasos autores (director y guionista) que se ha atrevido a través de sus obras a insuflar luz donde solo había oscuridad, a mostrar esperanza donde los demás solo veían desconsuelo, a penetrar más allá del velo del Isis en una época donde la espiritualidad y el gnosticismo han sido desterrados al denostado reino de la fantasía. Nadie como él ha fusionado cine, poesía y surrealismo creando una amalgama única que trasciende géneros, inflama emociones, despierta conciencias.
Ha sido artista en un mundo de artesanos y comerciantes, y por ello su cine, su obra y su figura ya son inmortales, imperecederos. Ha sido y es, todo lo que yo siempre podré admirar. Descanse en paz.
Por Antonio Amaro.