Es una discusión que se ha tratado varias veces, cada vez con más frecuencia y más desde que nos encontramos en un contexto de crisis económica global ¿Sirven para algo los festivales?¿Tiene razón de ser semejante despliegue de fastos, pedrería y alfombras coloridas, en las que las estrellas bajan del cielo para caminar entre el común de los mortales?
La pregunta no se refiere solo al formato de lujo ostentoso mostrado en unos tiempos de austeridad. Cabe cuestionarse también si es adecuada la fórmula de una éppca en la que los consumidores de cine eran unas personas ajenas al mundo de glamour de las estrellas, tan lejanas como dioses del Olimpo en el mundo actual, en el que la tendencia la marca youtube.
La era digital ha puesto la tecnología (que no el talento) al alcance de todo el mundo, los aficionados al cine han dejado de ser unos sujetos pasivos para convertirse en participantes activos, con voz y criterio que demandan comunicación a tiempo real con sus ídolos. De ahí el tremendo auge de eventos como la ComicCon de San Diego, u otras convenciones menos encorsetadas que los festivales europeos. ¿Cuál debe ser la manera correcta del cine para exponerse, para premiarse?
La respuesta ideal debería ser que las dos tienen su lugar, su momento y su público. Y cuando las cosas se hacen como en la 64 Edición del Zinemaldia, esta convivencia parece perfecta e imprescindible.
El único sentido de un festival es rellenar de magia toda esa maquinaria inanimada que es la industria del cine, que comparte los mismos demonios y presiones que cualquier otro negocio. Los técnicos, actores, directores pasan de ser simples profesionales, a convertirse gracias al polvo de hadas en unas figuras a las que nos queremos acercar y escuchar ensimismados sus historias. Sin esos ingredientes, el cine acabaría por convertirse en un carísimo youtube.
Esta edición nos deja una procesión de primeros espadas como hacía años no pasaban por San Sebastián. Glamour con Sigourney Weaber, Ethan Hawke, Richard Gere, Hugh Grant, Monica Bellucci o clásicos de nuestro tiempo como Oliver Stone o Paul Verhoeveen. Los festivales tienen que oler a eso. A menudo el nivel de sus estrellas supera al propio palmarés, lleno muchas veces de decisiones incomprensibles a la vista de los años.
Pero esta noche, es la noche de los ganadores. Y por primera vez en años no ha sido recibido el fallo con sorpresas ni abucheos. Para ellos su momento de gloria. Zorionak denoi!
Concha de Plata Mejor Actor:
Concha de Plata Mejor Actriz:
Concha de Oro Mejor Película:
La pregunta no se refiere solo al formato de lujo ostentoso mostrado en unos tiempos de austeridad. Cabe cuestionarse también si es adecuada la fórmula de una éppca en la que los consumidores de cine eran unas personas ajenas al mundo de glamour de las estrellas, tan lejanas como dioses del Olimpo en el mundo actual, en el que la tendencia la marca youtube.
La era digital ha puesto la tecnología (que no el talento) al alcance de todo el mundo, los aficionados al cine han dejado de ser unos sujetos pasivos para convertirse en participantes activos, con voz y criterio que demandan comunicación a tiempo real con sus ídolos. De ahí el tremendo auge de eventos como la ComicCon de San Diego, u otras convenciones menos encorsetadas que los festivales europeos. ¿Cuál debe ser la manera correcta del cine para exponerse, para premiarse?
La respuesta ideal debería ser que las dos tienen su lugar, su momento y su público. Y cuando las cosas se hacen como en la 64 Edición del Zinemaldia, esta convivencia parece perfecta e imprescindible.
El único sentido de un festival es rellenar de magia toda esa maquinaria inanimada que es la industria del cine, que comparte los mismos demonios y presiones que cualquier otro negocio. Los técnicos, actores, directores pasan de ser simples profesionales, a convertirse gracias al polvo de hadas en unas figuras a las que nos queremos acercar y escuchar ensimismados sus historias. Sin esos ingredientes, el cine acabaría por convertirse en un carísimo youtube.
Esta edición nos deja una procesión de primeros espadas como hacía años no pasaban por San Sebastián. Glamour con Sigourney Weaber, Ethan Hawke, Richard Gere, Hugh Grant, Monica Bellucci o clásicos de nuestro tiempo como Oliver Stone o Paul Verhoeveen. Los festivales tienen que oler a eso. A menudo el nivel de sus estrellas supera al propio palmarés, lleno muchas veces de decisiones incomprensibles a la vista de los años.
Pero esta noche, es la noche de los ganadores. Y por primera vez en años no ha sido recibido el fallo con sorpresas ni abucheos. Para ellos su momento de gloria. Zorionak denoi!
Concha de Plata Mejor Actor:
Eduard Fernández (El Hombre de las Mil Caras) |
Fan Binbing (I am not Madame Bovary) |
Concha de Plata mejor Director:
Hong San-Soo (Yourself and yours) |
Concha de Oro Mejor Película:
I am not Madame Bovary (Xiaogang Feng)