"¡Venganza! Yo mato donde quiero y nadie se atreve a resistir. Yo derribé a los guerreros de antaño y hoy no hay nadie en el mundo como yo. Entonces era joven y tierno ¡Ahora soy viejo y fuerte, fuerte, fuerte, Ladrón de Sombras!-. ¡Mi armadura es como diez escudos, mis dientes son espadas, mis garras lanzas, mi cola un rayo, mis alas un huracán, y mi aliento muerte!"
(El Hobbit, J.J.R. Tolkien)
Así se las gasta Smaug el Magnífico, poderosa carta de presentación la de un dragón. Impone más que un "soy Bond, James Bond". Por eso ninguna criatura ha cautivado más el imaginario popular que estas serpientes aladas, desde antaño, mucho antes de que las imágenes crearan cine, las profundas raíces de la tradición han atribuido a estos seres fantásticos los más diversos dones. Algunos realmente admirables como la sabiduría, coraje o la magia, pero indistintamente mutaban su ánimo y se convertían en terribles, crueles, embaucadores y devoradores de inocentes aldeanos. Sea como fuere, la imagen de un interminable gusano acostado sobre una montaña de oro de algún legendario tesoro, para completar con diamantes y esmeraldas su impenetrable armadura, es una idea tan evocadora que el cine no se ha podido resistir a emplearla. Y si no se ha visto con más frecuencia a estos seres, es debido a las enormes dificultades tecnológicas que presentaba reproducir semejantes criaturas antes de la era digital. Dejando aparte la principal cuestión que divide a los draconianos: la corriente que defiende unas alas membranosas a modo de extensiones de las extremidades torácicas, o la escuela que defiende las cuatro extremidades y un par de alas independientes (oh, prodigio!), hay buenos y muy variados papeles interpretados por dragones en el cine.
En La Historia Interminable (Wolfang Petersen, 1984), el dragón Fujur era tan chulo que no necesitaba ni alas. Encarnación de la bondad y lealtad, con la fisionomía de los dragones del Lejano Oriente, lo mismo servía para llevarte al último rincón del Reino de Fantasía que para sacarte de un lío con los matones del colegio.
Fujur
Y estas dos películas tienen varias cosas en común: Dragones y Mazmorras (Courtney Salomon, 2000) y Eragon (Stephen Fangmeier, 2006). La primera es que ambas son una adaptación de exitosas series de novelas, la segunda es que las dos fueron un fracaso de taquilla. Y la tercera es que en las dos aparece Jeremy Irons. No me preguntéis si el bueno de Jeremy tiene algún vínculo con estos ofidios voladores, pero si no, no se explica. Eragon tiene un pase, buenos medios, buen reparto, e intentaron que les saliera bien... pero es que ¡Dragones y Mazmorras! Es imposible verla sin reírse, y tras cinco minutos, a la risa le sustituye una incómoda sensación de vergüenza ajena.
Eragon
Dragonheart (Rob Cohen, 1996) nos presenta a un genuino dragón de la Europa medieval, de esos a los que san Jorge les daba las del pulpo y acostumbraban a desayunarse lo más granado del reino a modo de diezmo. El resultado conseguido con CGI es más que notable, teniendo en cuenta que esas técnicas aún estaban en pañales cuando se estreno la película. Y en España pudimos disfrutar de la voz que puso al dragón Paco Rabal, en un extraño caso en el que podemos decir que una versión doblada supera a la original.
Dragonheart
El Imperio del Fuego (Rob Bowman, 2002) nos presenta un futuro posterior a un apocalipsis provocado por los propios dragones. Además del interesante reparto protagonista, plantea una idea novedosa y atractiva. Los dragones atacan en la época actual , con lo cual podemos verlos enfrentándose a helicópteros y reduciendo a cenizas una columna de carros blindados.
El Imperio del Fuego
El Dragón del Lago de Fuego (Mathew Robbins, 1981). Curiosa película, que se ha convertido en un film de culto y que cuenta con un espectacular dragón, una auténtica joya mitad mecánica, mitad artesanal, muestra de las maravillas que podían realizarse sin necesidad de la informática...
El Dragón del Lago de Fuego
No podía faltar el joven mago más famoso del mundo, Harry Potter, que en Harry Potter y el Cáliz de Fuego (Mike Newell, 2005), tuvo que vérselas con un temible colacuerno húngaro. Sin contar al basilisco que despachó en otra entrega, que como todo el mundo sabe, es un pariente menos agraciado de los dragones comunes.
Y la más reciente trilogía de El Hobbit de Peter Jackson nos muestra un trabajo digital simplemente espectacular. Se pueden cuestionar muchos aspectos de su anormalmente estirada trilogía, pero el dragón Smaug, paradigma de la inteligencia, manipulación, ferocidad, crueldad y vanidad son un ejemplo de lo que son capaces los chicos de Weta Digital, en un terreno en el que son la referencia mundial. Solo nos quedará saber qué habría sido capaz de hacer Guillermo del Toro con todos esos medios y su loca cabeza...